La capacidad de leer y escribir, aunque fuera una destreza minoritaria, alcanzó una difusión tan grande en aquella época que no fue superada hasta la llegada de los tiempos modernos (s. XVIII en adelante). La costumbre de colocar lápidas funerarias en los cementerios e inscripciones en las bases de las estatuas se desarrolló durante el Imperio Romano (siglo I a. E. – siglo V d. E.).
Así, junto a la iglesia de la Magdalena de Zaragoza, la antigua Caesar Augusta, se puede contemplar, reproducida en un mural, una inscripción de piedra, conservada en el Museo de Zaragoza, que anunciaba que la puerta de la ciudad que los viandantes atravesaban se denominaba ‘Porta Romana’.
En la antigüedad, también existían los grafitis y ya se escribían sobre las paredes mensajes amorosos, insultantes, eróticos, políticos… Además, era frecuente grabar el propio nombre en los vasos para evitar que fueran robados.
Asimismo, había muchachos que grababan mensajes amorosos sobre utensilios textiles para las mujeres a las que pretendían, como este de la antigua Caesar Augusta (Zaragoza): “Ama las pesas de telar porque te reportarán la felicidad: que tejas muchas telas y que encuentres un buen hombre”.
Esta es la orientación de las investigaciones que se desarrollan en el proyecto “Escritura cotidiana. Alfabetización, contacto cultural y transformación social en Hispania Citerior entre la conquista romana y el final de la Antigüedad (EsCo)”, enmarcado en el Instituto de Patrimonio y Humanidades y dirigido por F. Beltrán Lloris y B. Díaz Ariño.
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